martes, 30 de marzo de 2010

COMPARTO UN PAR DE LINKS

El primero es el link de la Revista Casa de las Américas Nro. 257, dedicado a Ecuador y el segundo es de la Revista Nueva Época de Veracruz donde consta el ensayo de Freddy Ayala Plazarte sobre la poética de Hugo Mayo. Ayala presentará este ensayo en un libro de au autoría titulado "La Metálica Luminosa", el miércoles 7 de abril a las 19h00 en la Sala Benjamín Carrión de la Casa de la Cultura Ecuatoriana

CASA DE LAS AMÉRICAS

NUEVA ÉPOCA

lunes, 29 de marzo de 2010

TOMADO DE http://www.umbilicalmundo.blogspot.com/


ISADORA, un cuerpo vivo que reencarna en la pupila y el vientre frío de los desolados, una búsqueda en los versos marcados con agua sal. "En cada mano de Isadora existía un mundo traspuesto".

ISADORA, varias formas de morir muchas veces.
Eso cruza por mi mente cada vez que recorro los versos de Rocío Soria, amiga dueña de las palabras que se gritan sordamente a los oídos de los desesperados, de los solos de tumulto; delata en cada linea la angustia de todos los encuentros y las formas de perpetuar en la memoria la esencia de un "cuerposangre"
"cuerpoamor"
"cuerponada"

Edison Navarro Cansino.

lunes, 22 de marzo de 2010

Esta Isadora



Publicado el 20/Marzo/2010 | 00:03

Por Jorge Dávila Vázquez

No, no se trata de la Duncan, que cambió para siempre la fisonomía de la danza, con su revolucionaria concepción, que decía nacida de su observación del ritmo de la naturaleza: el mar, el viento, la luz; Isadora, que para nuestra generación se encarnó en esa pasión llamada Vanessa Redgrave, en el filme de Karel Reiz, pese a que agudos críticos locales decían que la genial actriz, que tan bien nos transmitió la visión y la fuerza vital de la gran artista, "bailaba como un caballo".

No, esta Isadora de Rocío Soria (Conesup, Quito, 2009), es alguien más próximo, carnal e íntimo, quizás así de robusta y sensual como la concibe en las ilustraciones el pintor Jorge Perugachy; menos esteticista que la danzarina, más duramente humana, desgarrada y desgarradora.

La autora se aproxima a la piel y al alma de su personaje, y desde esta cercana perspectiva, asumiendo la identidad de el o los amantes de la bella, nos presenta una serie de imágenes en que la llama de distintos y apasionados modos: "Isadora bellamorte, bambolabella, Réquiem de Mozart, mio cuore, demonio noche, demonio hembra, niña de niebla, niña del agua, niña palpitante…"

Todas estas aposiciones distribuidas a lo largo del poema, nos dan como un registro de facetas de la mu jer inalcanzable, mezcla de inocencia ("párvula trepidante y deshecha") y tragedia ( "la muerte le sonaba en los huesos/ le gemía bajito por debajo"), de ese ser tocado por las fuerzas de lo primitivo, inocente, pura, infantil, y, al mismo tiempo, perversa, inalcanzable, que, por su huida, locura o muerte se transforma en mito ante los ojos del lector.

Rocío Soria maneja las construcciones poéticas con audacia y sentido innovador (que a veces se transforma en error, como cuando masculiniza postema), hurga en la vida y la sexualidad de su personaje, con ternura, con rabia, con amor, y nos deja una huella, casi una herida, en la sensibilidad y el corazón, "por sobre las formas, por sobre los olvidos."

Hora GMT: 20/Marzo/2010 - 05:03
http://www.hoy.com.ec/noticias-ecuador/esta-isadora-398388.html

martes, 2 de marzo de 2010

Las muertes de Isadora


Sobre un poema de Rocío Soria
Por Fabián Núñez Baquero
02/03/10

Considero a la poesía un invento. Una sobrerrealidad , una irrealidad que se ha hecho real a base de palabras. Un invento que existe en la palabra, hecho de palabras. Pero, además, con una estructura que obedece a sus propias leyes semánticas, metafóricas. Un texto poblado de enunciados sensitivos, con su propia lógica sensorial. Las posibilidades de expresión sensorial son infinitas. En este tipo de sintaxis sencilla, que es la que me ha guiado toda mi vida, considero a Isadora, el libro que Rocío Soria acaba de publicar, un poema. La insistencia de la autora en enunciados- permitanme apelar a un adjetivo no formal- catastróficos, hacen que el poema tenga también una tonalidad catastrófica. La catástrofe es algo final, inapelable, que no tiene vuelta. Y nada hay más inapelable que la muerte y el dolor. Isadora pretende y no pretende ser un personaje, mas bien es un pretexto para un discurso poético sobre la muerte y el dolor, sobre todo, aunque también el amor aletea extrañamente entre sus resquicios. Un tipo de amor y de amado que se salen de la órbita usual. Amor y amado hermanados en la muerte y el dolor, en la locura, en la locura de la muerte. De hecho sólo deberíamos considerar todas las muertes de Isadora.

la muerte no es una sola, hay muchas muertes

Pero talvez lo que interesa, al fin y al cabo es una sola muerte:

Isadora requiem de Mozart

Isadora danza macabra de Saint Saëns
su voz de violín profundo y taciturno ha venido por sus cosas
su voz de violín breve y atribulado desfila por los huecos del apartamento

reflejo inamovible en el dormitorio

Isadora lucía extensa como el bostezo de la muerte,
muerte de juego intencional.
De canto negro

La catálisis poética se arrima sobre todo en una muerte sola, única, con nombre y apellido, actual, pero también de ayer, de alguien, de algo que es y no es Isadora. De una Isadora que es o que todavía no ha nacido o que ya ha muerto al nacer o al desnacer o al desmorir. El discurso es un acontecer y una parodia viva, evanescente, sí, con la misma dialéctica de la vida. El discurso poético no se plantea como en la Carta a Lizardo de Juan Bautista Aguirre, que se inclina al conceptismo barroco. Aunque Bautista Aguirre también reflexiona sobre la muerte, lo hace desde el lado más sensitivo de la lógica formal. También Jorge Manrique, en sus “coplas a la muerte de su padre” pone escalas de seguimiento a la muerte, pero no se detiene en la de su padre, también él es un pretexto para meditar sobre lo efímero de la vida y de los seres. Manrique no sólo usa el pie de la copla, sino también la estética conceptual de su tiempo, aunque logra rebasarlo, y su poema es una elegía concreta dedicada, motivada por la muerte de su padre. No en vano han pasado centurias entre estos poetas y Rocío: la sensibilidad, por supuesto, es otra. Los problemas son diferentes y a la vez los mismos, pero ante todo diferentes. Rocío es una dama del siglo del capitalismo en declive, ellos varones del feudalismo en ascenso. Esta época de Rocío, la nuestra, se asienta sobre el sin sentido, sobre la dureza violenta del vacío.El enfoque es distinto. Rocío enfrenta al texto de forma ubicua y artística, la muerte también es “un juego intencional”, un “canto negro”

Isadora muñeca de personalidades múltiples

muerte juguetona bajando del árbol

Pero la palabra se acomoda mejor en los extremos del discurso negro, como si quisiera abandonar la imaginación estética- paradoja real- a través de los mismos enunciados poéticos, como si forzara la sobrerrealidad con la misma intrarrealidad del símil y la imagen

Esa noche Isadora se acurrucó junto a los dioses
como si la noche fuera una rata ciega,
y se reconociera en los vestigios que deja el silencio
en algún sitio de su cabeza dejó de sonar una palabra
y la contrarréplica se hizo de su propia sangre

Isadora bajó las escaleras con su inocencia de niña
trayendo entre sus brazos algunas criaturas del desvelo.
Nuestros hijos nonatos.


La muerte de una Isadora existente o no, nacida o no, soñada o forjada, hecha real o inventada es la que copa con sus cúlmenes el vaso del poema

A Isadora la muerte le sonaba en los huesos
le gemía debajito por debajo,
se le movía a veces imperceptiblemente en el cuerpo

La voz de Isadora parecía un escalofrío
pájaro de luz invisible en el agujero de su sexo

Pero también la muerte está en el hombre amado, quien participa de su dolor y de su muerte, del dolor y de la muerte de Isadora, la inventada, la real, la que fue y que no fue, la que es y no es, en la dialéctica del ser y la nada, la nada que es el ser, el ser que es, al fin, nada...

el hombre amado
templo de palabra muerte

La cabeza del hombre amado
yace sobre el mueble

Parece- como en una foto desteñida por los siglos- que el hombre amado que participa del dolor y de la muerte de Isadora, se ha quedado congelado en la retina del vocablo

El hombre amado
sigue acodado en el alfeizar de la ventana...

Hay muchas muertes en la soledad final o inicial de Isadora, nosotros solo hemos intentado presentar un muestreo a vuelo de pájaro. Porque Isadora es un poema de una sola muerte , mejor, de varias formas de la muerte en una sola Isadora, una muerte sola de una Isadora que se ha hecho múltiple, una muerte nonata, una muerte en el umbral y más allá de las comisuras de la imagen.

lunes, 1 de marzo de 2010

Isadora, demoniohembra


Alexis Cuzme

Para enfrentarse a los textos de Rocío Soria, hay que hacerlo advertido (por la experiencia o las referencias). No es tarea fácil, su poesía es oscura -pero no esa clase de poesía “oscura” que tanto abunda y hostiga en la actualidad- construida en ambientes de alteración, desde el espacio reciclable que la realidad no tolera, y cuyo telón de fondo cada vez más tétrico, descarnado y fantasmagórico, vuelve a sus versos fragmentos de humanidad censurable, porque pocos intentarían reflejarse en los espejos interiores que guardan estas páginas.

Por ello Isadora (2009, CONESUP) parte de un artificio: su título, femenino y de aparente apacibilidad, que contrariamente no lo es. Porque lo que habita en este poemario es una convivencia pagana, donde los dioses (o aquella interioridad surgida de los egos, quizás la verdadera fuerza individual para afrontar todas las batallas impuestas en la sobrevivencia) humanidad y naturaleza cohabitan de manera voraz, uno tras otro y viceversa. Donde el tributo al instinto y sus necesidades existenciales y corporales es básico. Donde reina un caos interior y el conjunto de todas ellas: amantes en réplicas menores, se desplazan en los recuerdos de una voz masculina que nos acerca a ese personaje llamado Isadora: vida-dolor-deseo-soledad-desesperanza-muerte.

Isadora vuelve al círculo,
la muerte no es una sola, hay muchas muertes:

las grandes,
las inmensas,
las azulinas,

pero todas son insignificantes ante el dolor de vivir. (pág. 17)

Isadora, como personaje, es el amor, el deseo, la ruptura de la normalidad que la voz poética añora: cuerpo vacío sin el huésped vital, sin el erotismo real y salvaje al que perteneció. Por ello la invocación, el lamento inclaudicable:

Mi corazón es un fardo de huesos rotos,
de flores rotas,
de mariposas esquiladas. (pág. 18)

Me abandono, soy un ser abandonado, qué más da,
me inconformo
me desarmo las muescas una y otra vez
buscando la palabra en que te ocultas,
entreveo por los ductos. (pág. 20)

Isadora

demonionoche
demoniohembra
posee este cuerpo de cuchillas,
cuerpo súbito,
cuerpo de abismos,
cuerpo austero. (pág. 30)

Es en las dos primeras partes de esta obra que Isadora es el espectro “demonionoche” y “demoniohembra”, al que se aferra la voz poética, al que se resigna con un masoquismo insano, pero justo a su padecimiento solitario:

¡Isadora por todos los cielos!
he blasfemando contra ti por todos los cielos,
contra todos los cuerpos en que habitas
desde todas las zanjas,
desde todos los objetos cortopunzantes,
desde todos los campos de cadaverina,
desde todas las jeringas. (pág. 39)

El hombre amado (tercera parte) no hace más que retratarnos la subjetividad de quien hasta entonces describía a Isadora, ahora alguien más (Soria, quizás) nos habla de la exploración del amor decadente y sin desfogar que se pudre lentamente en su portador:

El hombre amado

cuerpo de pena capital,
cruz del hospicio,
cuerpo de hospicio,
cuerpo de incontables nudos,

dolor de presencia muda,
dolor sin muerte. (pág. 49)

Isadora, se vuelve un trabajo imprescindible dentro de la bibliografía poética de Ecuador. Porque más allá de la historia que encierra, está el estilo de su autora, la fuerza del lenguaje, las figuras que impactan y aterran, elementos claves para que la poesía logre uno de sus más difíciles objetivos: calar en el lector.