lunes, 31 de octubre de 2022

PELOTÓN DE FUSILAMIENTO



Estremecedora elegía a la muerte de la memoria, es la que desplaza sus versos angustiosos a lo largo de PELOTÓN DE FUSILAMIENTO, poemario de la autoría de Rocío Soria (Quito, 1979),el que está  conformado por textos  provistos de un “ dolor sordo”, llamados a impactar fuertemente en la sensibilidad de quien aborde su lectura, por el verismo despellejado  con el que han sido  concebidos.

Por su fuerte poder de conmoción, por su lenguaje hondo y desnudo, desprovisto de hojarascas retóricas y de cripticismos insondables, PELOTÓN DE FUSILAMIENTO desde ya se constituye en uno de los más altos testimonios líricos que en materia de agonías y muertes hayan sido escritos en la literatura ecuatoriana de los actuales tiempos.

Original, desde su mismo título, el poemario de Soria, pone contra un paredón salpicado por “mocos de sangre”, a una madre y su hija, siendo esta última la voz lírica que testimonia la tragedia bipartita que ambas comparten desde que la convivencia apacible que por años han  compartido, se torna en tormentosa, cuando la madre se convierte en una “niña de niebla”, a partir del mismo día en que sus rosas cerebrales empiezan a ser bombardeadas, sistemática y cruelmente,  por los indetenibles síntomas del Alzheimer:

                                   “El cuerpo de mi madre se despierta a hacer burbujas /

                                    y a cantar mantras fúnebres “/.

La ráfaga de balas que perfora la totalidad de este sacudidor poemario, hace brotar gusanos de olvido en una cabeza atormentada por las voces ensordecedoras de seres irreales y de muertos entrañables.  Canción en extremo dolorosa, interpretada por dos  fetos hembras - el uno más viejo que el otro-, es la que se deja escuchar en el desarrollo de un discurso de aciagas resonancias: verdadero río preñado de originales metáforas, el que fluye acelerado, como para poder huir de la “fatalidad, sino cruel” que quiere darle alcance; tarea inútil, si se considera que “en todo poema y en toda patria, la muerte nos persigue”, hasta que, finalmente, nos asesta su nocaut definitivo.

Como una brocheta en la que se ensartan escenas del pasado, la hablante lírica, una potencial suicida, una atea que no cree  en “aparecidos   y muertes pesadas”, va presentando los sucesos  de su entorno familiar  que mayor impacto han tenido  en lo que lleva de vida : un abuelo, en cuyo “corazón perforado por incontables agujeros” fue posible fundar ” una ciudad en miniatura para poder esconderse de la muerte”; un padre que deja de ser el sostén de su familia cuando sufre un derrame cerebral que lo convierte “ en un lagarto arrastrándose por todos los rincones de la casa”, y  una madre que  fue normal, hasta que una desconocida ,”que la suplanta desde hace algunos años”, tomó por asalto  su mente con el fin de instalar en ella, como huéspedes irremediables, a esas dos, tres y cuatro voces que la depredan impiadosamente, hasta dejarla convertida  en la peor versión de la mujer autosuficiente y despreocupada que fuera en algún pasado:

“La una es una niña que se aflige

la otra es una púber que se explora el sexo

la de más allá es la de una adolescente enamorada

Y ella es una mujer adulta cuyo nombre es lo que es y nada más”.

Destaca en el corpus de este lacerado poemario, el ensamble perfecto que se establece entre las voces de sus protagonistas, el que llega a ser tan íntimo, tan irremediablemente indivisible, que es la misma hablante lírica la que arriba a la conclusión de que: “ahora mismo mi mamá tose un abismo/ y no sé si ese abismo es ella o soy yo/. Dos agonías diferentes esperando ser ejecutadas por un pelotón de fusilamiento dentro del cual es la misma madre, portadora “de un arma de juguete”, la que dispara hacia el paredón en el que ella y su hija esperan la ráfaga de balas que pondrá fin a la agonía en la que ambas están implícitas: “siempre caemos muertas del mismo lado/ entre aguas turbias hasta el fondo del cajón del espanto” /.                     

Sobrevuela en círculos interminables, el ave carroñera de la angustia, a la espera de que caigan los cuerpos fusilados para empezar a depredarlos hasta que de ellos no quede vestigio alguno. Mas, contra todo pronóstico fatalista, sobrevive la voz de la hablante lírica, quien, sin poder concebir lo inconcebible, manifiesta esto de: “No esperaba esta guerra de fuego/ este viaje a la nada/ este pelotón de fusilamiento” /.                         

Una potencial suicida, quien tiene miedo “de las infinitas formas de la muerte”, retrasa su hora de morir hasta después de que su madre se convierta en cadáver, ya que nadie más que ella podría remplazarla en la tarea de acudir, todas las noches, hasta su recámara “a ver respirar su cuerpo”, para comprobar si aún sigue viva dentro del recipiente de cenizas en el que la ha confinado, irremediablemente, el Alzheimer.

                                “Mamá, cuando me olvides

                                  no olvides que te amo” /.

 La atmósfera asfixiante en la que respiran los versos de este poemario, no pudo haber sido mejor concebida, ya que en ella “un olor a plumas invade el ambiente”, el que no es otro que aquel que emana desde “el ave de la nostalgia, en específico”, la gran evocadora de aquellos tiempos “en los que la vida era bailando/trastocándolo todo/ volviendo habitable el espacio/ inventando silencios y risas” /. La recuperación de un tiempo perdido mediante imágenes de intensa sensorialidad, es otro de los valores notables de PELOTÓN DE FUSILAMIENTO, lo que se hace ostensible mediante un lenguaje que se muestra como un animal poseedor de vida propia, en el que las palabras punzan, tiemblan, convulsionan, imploran, gritan y callan.

Médicos, ansiolíticos, exámenes interminables, antesalas en consultorios en los que el tiempo parece haberse detenido, rotan en torno a dos almas siamesas unidas por el cordón umbilical de la rutina diaria, las que están  condenadas a soportarse hasta que la muerte las separe: “Ayer mi madre se cayó/ la caída fue lenta y sin golpe/ se fue doblando y quedó sentada en el suelo” /. Incapaz de poderla incorporar, la hablante  opta por recostarse a su lado para recordar ”como es eso de morir”, algo que ya experimentara  en su “vejez temprana “cuando le tocó sostener la herida de su matriz para evitar que por ella escapen  “ los restos de una nacida muerta”; herida siempre sangrante y abierta,  por la cual, más temprano que tarde, se escapará no sólo la vida de su madre, sino hasta su propia vida, esa que sólo concluirá cuando  ella nade hacia el final de un poema, uno poseedor de agonía bella y dolorosa , como este PELOTÓN DE FUSILAMIENTO, el que es totalmente demostrativo de que la muerte, cualquiera que esta sea, no deja de ser ”un acto vergonzoso”.

                                                                                                                                                                                                                                                                             Sonia Manzano Vela - junio de 2022