miércoles, 29 de julio de 2020

Abro la tela del paraíso órfico
adentro están los niños muertos: los otros hijos de mi madre
y yo ataviada de la mujer que ahora soy me pierdo en un laberinto de ladrillo
no hallo al ángel que se me perdió y no se me ocurre ni remotamente llamarlo por su nombre hasta que alguien lo sugiere.

Él viene, me unge con su abrazo me da la bienvenida, se llama Benjamín, es un pequeño y valiente hombrecito con lentes; tendrá unos cinco años, pienso,
corre presuroso al llamado.
¿No me reconoces? pregunta.

Tengo miedo de iniciar otro mundo,
lo miro,
sé que es él.

No hay vuelta atrás.

Pido provisiones al hacedor de soles,
no me envíes esta vez con las manos tan vacías, le digo.

Me entrega un juego de llaves antiguo,
dos mudadas de ropa: una blanca y otra amarilla.

Luego un guía se acerca sonriente hacia mí,
yo lo conozco de antes,
ya fue mi maestro de vida
pero lo disimulo

Mira, dice el hacedor, al él no le costará ningún trabajo quererte.

Confío,
lo acaricio en busca de su palabra
pero por hoy solo hay silencio

me toma de la mano
me voy con él.

No hay comentarios: