Ecuador guarda tradición, leyenda viva, historia, seres
míticos y personajes, Luis Banda Smith es uno de estos personajes. Me recibe en
su negocio ubicado en el centro histórico de Quito, en las calles Bolívar e
Imbabura, este hombre tiene el poder mágico de los personajes de los cuentos,
“de hacer con simple azúcar y maní grandes poemas que sobreviven al amor
y al tiempo, de hacer de lo simple algo bello, algo delicioso, como un poema
borgiano” a decir del poeta Xavier Oquendo.
Luis cambió su profesión de ingeniero financiero por el oficio
tradicional más dulce del mundo, no en vano asegura con su habitual gesto
amable, que su oficio es su pasión, las grandes pasiones exigen dejarlo todo,
como el artista que hace del arte su forma de vida.
Escucho un traqueteo rítmico en el fondo, como un sanjuanito
¿será el zapateo de las colaciones que bailan en la paila de Luis?, en efecto,
él agita, remueve y mezcla un preparado de azúcar y vainilla que es la miel y
el maní o las almendras, que poco a poco se van cocinando y tomando esa forma
de esferas blancas, esto lo hace durante dos o cuatro horas, en una paila de
bronce, de casi un siglo de vida, herencia de su abuela, que se calienta al
carbón en un caldero.
Luis ama el color blanco, lo ama desde su emoción de hombre
dulce, me figuro el cuento de los hermanos Grimm, “La casita de chocolate” pero
versión ecuatoriana sería “La casita de azúcar, la casita de colación”, que
podría ser también “La casita de las añoranzas”, cuánta añoranza nos traen los
caramelos…
Las colaciones más que ser una golosina tradicional para el
paladar, lo son para el alma, lo son para el recuerdo, comenta Luis, hay mucha
gente que va a su local solamente por conversar, o a recordar su propia historia,
compran y aprovechan para sentarse a hablar de los tiempos idos. Qué
maravilloso sitio de conversaciones es este, la nostalgia aquí es de un dulce
tan seductor, durante nuestra conversación entran varios niños a quienes Luis
contenta con un dulce, viene una mujer con sus dos hijos, llega un taxi del que
se baja un cliente asiduo de unos setenta años, y es que no hay consumidores de
una edad determinada, hay niños, jóvenes, adultos, y abuelos.
Qué sería de Quito sin colaciones, se pregunta Luis; qué sería
de nosotros si algún día sin más nos levantáramos sin recuerdos.
Sigue el zapateo de las colaciones en la paila mientras Luis
relata que cuando era niño y su abuela manejaba el negocio, pasaba todos los
días Don Pedro “el Manco” Velasco, hermano del Presidente Velasco Ibarra,
frente a la tienda de su abuela y le decía a ella, “no te olvidarás de las
dos”, Luis vivía intrigado por esto y no era para menos, no sabía a qué se
refería Don Pedro; un día le preguntó a su abuela y ella muy sonriente le dijo
como en secreto: “Llévale este paquete a Don Pedro” mientras empaquetaba dos
libras de colaciones. Cuando Luis llegó, Don Pedro le invitó a pasar, Luis se
quedó maravillado, ante la cancha de fútbol que Don Pedro tenía en esa casa del
Centro histórico que por fuera no pretendía tal maravilla. Don Pedro era un
fanático del fútbol, pero más que nada era fanático de las sonrisas de los
niños, e invitaba a Luis y a sus amigos a jugar ahí, mientras él se deleitaba
de su golosina favorita: las colaciones. Supongo, especulando un poco, que la
pasión por el fútbol de Luis algo tiene que ver con ese recuerdo de niño.
Finalmente siempre somos lo que fuimos de niños.
Luis henchido de orgullo y felicidad explica que las
colaciones deben su nombre al alimento que llevan los niños a la escuela, él
entrega entre 100 y 150 fundas semanales de este producto, dice esto mientras
saca una a una a las blancas y traviesas esferas de su bailable cocción y
empaqueta promesas de nuevos recuerdos para niños y grandes.
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