martes, 2 de marzo de 2010

Las muertes de Isadora


Sobre un poema de Rocío Soria
Por Fabián Núñez Baquero
02/03/10

Considero a la poesía un invento. Una sobrerrealidad , una irrealidad que se ha hecho real a base de palabras. Un invento que existe en la palabra, hecho de palabras. Pero, además, con una estructura que obedece a sus propias leyes semánticas, metafóricas. Un texto poblado de enunciados sensitivos, con su propia lógica sensorial. Las posibilidades de expresión sensorial son infinitas. En este tipo de sintaxis sencilla, que es la que me ha guiado toda mi vida, considero a Isadora, el libro que Rocío Soria acaba de publicar, un poema. La insistencia de la autora en enunciados- permitanme apelar a un adjetivo no formal- catastróficos, hacen que el poema tenga también una tonalidad catastrófica. La catástrofe es algo final, inapelable, que no tiene vuelta. Y nada hay más inapelable que la muerte y el dolor. Isadora pretende y no pretende ser un personaje, mas bien es un pretexto para un discurso poético sobre la muerte y el dolor, sobre todo, aunque también el amor aletea extrañamente entre sus resquicios. Un tipo de amor y de amado que se salen de la órbita usual. Amor y amado hermanados en la muerte y el dolor, en la locura, en la locura de la muerte. De hecho sólo deberíamos considerar todas las muertes de Isadora.

la muerte no es una sola, hay muchas muertes

Pero talvez lo que interesa, al fin y al cabo es una sola muerte:

Isadora requiem de Mozart

Isadora danza macabra de Saint Saëns
su voz de violín profundo y taciturno ha venido por sus cosas
su voz de violín breve y atribulado desfila por los huecos del apartamento

reflejo inamovible en el dormitorio

Isadora lucía extensa como el bostezo de la muerte,
muerte de juego intencional.
De canto negro

La catálisis poética se arrima sobre todo en una muerte sola, única, con nombre y apellido, actual, pero también de ayer, de alguien, de algo que es y no es Isadora. De una Isadora que es o que todavía no ha nacido o que ya ha muerto al nacer o al desnacer o al desmorir. El discurso es un acontecer y una parodia viva, evanescente, sí, con la misma dialéctica de la vida. El discurso poético no se plantea como en la Carta a Lizardo de Juan Bautista Aguirre, que se inclina al conceptismo barroco. Aunque Bautista Aguirre también reflexiona sobre la muerte, lo hace desde el lado más sensitivo de la lógica formal. También Jorge Manrique, en sus “coplas a la muerte de su padre” pone escalas de seguimiento a la muerte, pero no se detiene en la de su padre, también él es un pretexto para meditar sobre lo efímero de la vida y de los seres. Manrique no sólo usa el pie de la copla, sino también la estética conceptual de su tiempo, aunque logra rebasarlo, y su poema es una elegía concreta dedicada, motivada por la muerte de su padre. No en vano han pasado centurias entre estos poetas y Rocío: la sensibilidad, por supuesto, es otra. Los problemas son diferentes y a la vez los mismos, pero ante todo diferentes. Rocío es una dama del siglo del capitalismo en declive, ellos varones del feudalismo en ascenso. Esta época de Rocío, la nuestra, se asienta sobre el sin sentido, sobre la dureza violenta del vacío.El enfoque es distinto. Rocío enfrenta al texto de forma ubicua y artística, la muerte también es “un juego intencional”, un “canto negro”

Isadora muñeca de personalidades múltiples

muerte juguetona bajando del árbol

Pero la palabra se acomoda mejor en los extremos del discurso negro, como si quisiera abandonar la imaginación estética- paradoja real- a través de los mismos enunciados poéticos, como si forzara la sobrerrealidad con la misma intrarrealidad del símil y la imagen

Esa noche Isadora se acurrucó junto a los dioses
como si la noche fuera una rata ciega,
y se reconociera en los vestigios que deja el silencio
en algún sitio de su cabeza dejó de sonar una palabra
y la contrarréplica se hizo de su propia sangre

Isadora bajó las escaleras con su inocencia de niña
trayendo entre sus brazos algunas criaturas del desvelo.
Nuestros hijos nonatos.


La muerte de una Isadora existente o no, nacida o no, soñada o forjada, hecha real o inventada es la que copa con sus cúlmenes el vaso del poema

A Isadora la muerte le sonaba en los huesos
le gemía debajito por debajo,
se le movía a veces imperceptiblemente en el cuerpo

La voz de Isadora parecía un escalofrío
pájaro de luz invisible en el agujero de su sexo

Pero también la muerte está en el hombre amado, quien participa de su dolor y de su muerte, del dolor y de la muerte de Isadora, la inventada, la real, la que fue y que no fue, la que es y no es, en la dialéctica del ser y la nada, la nada que es el ser, el ser que es, al fin, nada...

el hombre amado
templo de palabra muerte

La cabeza del hombre amado
yace sobre el mueble

Parece- como en una foto desteñida por los siglos- que el hombre amado que participa del dolor y de la muerte de Isadora, se ha quedado congelado en la retina del vocablo

El hombre amado
sigue acodado en el alfeizar de la ventana...

Hay muchas muertes en la soledad final o inicial de Isadora, nosotros solo hemos intentado presentar un muestreo a vuelo de pájaro. Porque Isadora es un poema de una sola muerte , mejor, de varias formas de la muerte en una sola Isadora, una muerte sola de una Isadora que se ha hecho múltiple, una muerte nonata, una muerte en el umbral y más allá de las comisuras de la imagen.

1 comentario:

Dylan Forrester dijo...

Interesante apreciación sobre tu Obra.

Saludos...