sábado, 10 de mayo de 2008

EL CUERPO DEL HIJO

POR: CARLOS VALLEJO MONCAYO
QUITO, ABRIL 2008

EL CUERPO DEL HIJO es una indagación planteada desde cinco vértices, cinco miradas inquisitorias lanzadas hacia un mismo misterio: el cuerpo. Y en ese penetrar acudimos a la estructura de un laberinto en donde el recurso poético nos va dando luces en torno a un ser concreto que va edificándose únicamente bajo la condición de su propio exterminio; es decir, asistimos al retrato de una muerte desde cinco ángulos narrativos diferentes.

Naturalmente, la habilidad lograda con la particular y continua voz poética de Rocío Soria tiende puentes para aproximarnos a ese particular fenómeno. Evidencia de ellos es el planteamiento de escenarios afines a lo largo de sus cinco piezas poéticas.

Y es que el atrevimiento temático en tanto la soledad, la muerte, el dolor, es decir los eternos temas humanos cobran nuevas perspectivas en cuanto uso del lenguaje, lenguaje que deviene en plástico pues las imágenes que consigue en apariencia parecerían extraídos del arte narrativo, sin embargo, esas acciones, esas descripciones, pertenecen más bien a la creación de instancias subjetivas precisas, insisto, imágenes, como si asistiéramos a una presentación de diapositivas, que apelan ya no solo a la vista, sino, al olfato, al tacto, al gusto, al oído, e incluso sinestesias que se valen de bien digerido comprender las intenciones del arte surrealista, vanguardista, expresionista y sicodélico.

Es que el mapa que afronta en este poemario suscita una serie de riesgos debido a que es el paisaje del registro interno humano lo que se alcanza, paisaje en tanto representación de miedos, anhelos, mitos, instintos, de tal modo que se nos ocurre una labor enquistada debajo del iceberg que todos vemos: el ser cotidiano. Y es justamente debajo, en ese recóndito laberinto donde se encuentran las huellas de un ser enfermo, de un enfermo que ilumina. Desde luego, este no es un libro de fórmulas, pues ni la voz poética, ni la estructuración de su personaje único y múltiple son evidentes o lógicos, pues nos vemos confrontados a ese ser eternamente inconcluso que padece su existencia en el mundo; padecer que no nace desde la queja fácil, ni de la reivindicación, sino de un nutrido artificio de constataciones, y por eso el libro es permanente acción, una libre concatenación de acciones que se realizan en el pensamiento, pues esa es la sensación que se busca: atar actividades que parecieran propias del mundo físico para a través de la sublimación metafórica dar rodeos sostenidos sobre las realidades subjetivas últimas.

Es decir que, es escenario que permanentemente evoca el clima sórdido de un hospital, se diría en guerra, traza la metáfora exacta de las habitaciones mentales más próximas al caos.

Obviamente, este libro es un transitar oscuro por los senderos del ser, mas es el milagro estético aquel condicionante que nos da hilo para intentar salir del laberinto, pues nos hace mirar de frente a aquello que callamos, aquella fiebre que nos inquieta, aquellas cuerdas que duelen y que por temor debemos evitar.

Cabe mencionar que al hacer un breve examen de la disposición de los textos vemos una muy interesante articulación que no disimula su proximidad narrativa, además de versos que devienen como cascadas, espacios deliberadamente colocados para redondear la tensión dramática que recorre a lo largo y ancho de este corrosivo juguete literario.

Pero el valor polisémico de esta obra poética no descansa pues EL CUERPO DEL HIJO parecería invitarnos hacia algunas preguntas: ¿El cuerpo del hijo somos nosotros? ¿Es la biografía de nuestros finales días testimoniados por alguien? Puede ser que sí. Sin embargo la proliferación de sentidos de este libro nos lleva a preguntar si acaso es el retrato del proceso creativo, de ese dolor que pone en tela de duda todos los elementos de la realidad; pues, si nos fijamos, cada poema es un rayo lanzado hacia el intento, hacia la construcción de sentido culturalmente útiles para aproximarnos aún más a la condición humana última: la muerte.

Sin embargo, no es la muerte en sí, como cosa física y cotidiana, y de ahí la pertinencia de su epílogo; acaso este libro es un retrato de la inutilidad de la lucha, la característica de lo efímero trazada con versos, quizá es una gran metáfora de esa muerte diaria, natural y humana, acaso es ese morir de los segundos en donde solamente transitamos y a pesar del tamaño de nuestra embarcación y de lo rico de su equipaje, seamos apenas una tenue huella que va desapareciendo sobre la vastedad del mar.

Gracias a Rocío por este sabio dolor que, lejos de arrogancias didácticas, nos conmina estéticamente a replantear las huellas de la muerte, de la soledad y del amor.

carlosvallejo

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