viernes, 6 de febrero de 2009

Rocío Soria, la voz del dolor / I

Escrito por Salvador García

Domingo, 25 de Enero de 2009 00:00

Qué es la vida, sino un acontecer humedecido de palabras susurradas a la nada. Acaso un deseo infinito nunca realizable o tal vez alcanzado mil y una veces y, por eso mismo, una sucesión de desencantos en la pesadilla: Miedo, incertidumbre, la vacuidad de la mano. El precipicio diario nos envuelve, nos aísla, nos llena la garganta de un eco oscuro y profundamente corrosivo, desnudo, fustigante, dolor al fin, dolor al inicio, dolor durante, dolor antes y después del nacimiento, dolor infinito, dolor desde la sombra y entre los sueños, dolor con olor a cierzo, dolor descalzo, imaginable, dolor puro, dolor simple, simple dolor.

Desde este territorio –su territorio– de dolor y palabra, de dolor y silencio, de dolor musitado ante la niebla, Rocío Soria hilvana cada uno de los textos del poemario El cuerpo del hijo (Rueca Editores, 2008). Nacida en Quito, Ecuador, en 1979, y con una esencia encaminada a la escritura, la poeta realizó estudios de Comunicación Social en la Universidad Central de su país y publicó anteriormente Huella conceptual, con el que obtuvo el Segundo Premio en el Concurso de Poesía organizado por el Departamento de Cultura de la institución superior mencionada.Asimismo, logró el Primer Premio en el Concurso Interuniversitario de Relato Corto de la Universidad San Francisco de Quito, en 2005; el Premio Internacional de Poesía Fanny León Cordero de la Asociación Ecuatoriana de Escritoras Contemporáneas, en el mismo año; Medalla de Bronce en el género de cuento en el Concurso de Poesía, Cuento y Ensayo organizado por la Facultad de Filosofía, Escuela de Lenguaje y Literatura de la Universidad Central, en 2006, y el Primer Premio en el Concurso del Libro y de la Rosa de la UNESCO y la Pontificia Universidad Católica de Ecuador, también en 2006.

Siguiendo el mismo sendero de sus anteriores obras, Rocío Soria nos brinda en El cuerpo del hijo una poesía para gritarse, para desgarrar la voz en cada vocablo, como una muestra de saberse vivo, de saber viva la voz, la palabra, la poesía, de saberse vivo el hablante, pese a que el dolor y la orfandad aderecen nuestras palabras: “El amor es una contingencia, a veces,/ y otras una necesidad,// porque allá arriba o allá abajo no hay nada,/ porque en ningún sitio hay legitimidad para estas apariciones”.

Divido en tres secciones: “El”, “Cuerpo”, “Del” e “Hijo”, y cerrando con un poema como “Epílogo”, el libro se aprecia al igual que un parto de palabras punzante, donde las voces –cada una con sus necesidades– se mezclan hasta conformar un discurso mestizo, que narra el sufrimiento de otro u otros, padece el rencor de esa misma pesadumbre y clama por alguien –¿acaso una ella?– en la soledad de la agonía, en la soledad de no ser, en la soledad de lo nunca realizable:

“Ambos caminan con los brazos abiertos de cara al precipicio./ No podrían buscar el equilibrio en un momento así,/ Imposible.// Caminan, pero tan pronto se abren los boquetes/ empiezan a abrazarse/ asexuados,/ muñecos rotos.// Bisbisean como si no alcanzaran a tocarse/ y la sequedad de sus lenguas comenzara a espesar.// Caminan, pero tan pronto se abren los boquetes/ empiezan a abrazarse.// Muñecos rotos”. El cuerpo del hijo es una oración lóbrega, una plegaria jamás pronunciada o, peor aún, plegaria jamás escuchada, un murmullo olvidado en la cicatriz perenne de la vida, una desgarradura del espíritu por medio de la palabra, porque después de todo –señala, grita, escupe Rocío Soria–: “las palabras son como cualquier vómito,/ huesos engarzados en la lengua”.

salvadorgarci@yahoo.com.mx

http://www.lajornadamorelos.com/columnas/vientre-de-cabra/71780?task=view

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