jueves, 25 de febrero de 2010

ISADORA Y LA TERRIBLE OSCURIDAD DE LOS ESPEJOS



Roberto Reséndiz Carmona
poeta mexicano

Al iniciar la lectura de Isadora, la angustia se aferró a la garganta y el temblor del vientre chasqueo un látigo sobre la misma directriz de los espantos.

Pensé de inmediato en la soledad-orfandad que dejan los recuerdos, en la piel de la manzana, en la infinita sed de los desposeídos que pasan uno a uno a dejar su tristeza en los sepulcros, en el cuaderno de espirales sin quejido.

Cada texto aceleró el corazón como si cabalgara en el pentagrama de un Requiem, en el recorrido fracturado de la imagen, en el mismo infortunio de los santos óleos.

Rocío, deja que Isadora; bese, sueñe, ame, destroce, se sumerja, anide en la tragedia, en las letras que desfilan desafiantes, entre corcheas y negras, entre el silencio y el asombro de la muerte. La deja, la muestra descarnada, dolida y dolorosa, presente en ataúdes, en la oscuridad que a veces nos consume.

Luego, eso repetir una y otra vez su nombre, remarcarlo, burilarlo, dejarlo tatuado en la piel hasta que sangre, hasta que sea un permanente grito en la asquerosa soledad del mundo, hace que duele..., maltrate, martirice con aleteos de ángeles sin nombre.
Y el infortunio sigue..., el estertor del hombre cabalga como loco por los huesos rotos, eternamente ciego, extiende el cuerpo entre serpientes fantasmales, en habitaciones desconocidas, hurga los cristales mientras reza un poema de otro y el suspiro refleja la sombra, el permanente llanto que lo enferma.

Isadora es puerta, polvo, ventana, un grito que habita en la terrible oscuridad de los espejos, en el misterio que forma parte de los daños...

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